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Por Aldo Ternavasio*
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Hacer algo imposible.
Recordar los olvidados.
Respirar ese polvo de nombres
que flota en el aire de la historia.
Vidas visitadas
por los mismos afectos
que también pueblan
las que todavía recordamos.
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¿Qué es ese abismo que se abre en el tiempo?
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Vidas olvidadas.
Pienso en ellas.
No. Pienso con ellas.
Al hacerlo,
el mundo se torna algo
tan poco humano
como lo fue antes de nosotros
como lo será después
y como también lo es ahora
aun cuando se nos escapa.
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No hay griegos ni romanos para mí.
Edipo ¿era el nombre del verdulero
al que mi madre me enviaba a comprar
los tomates y la lechuga?
Antígona ¿era la chica de la panadería?
No hay incas, ni mayas, ni aztecas.
No hay egipcios, ni nubios, ni tibetanos.
No hay aymaras, ni quechuas.
No hay mapuches, ni sajones
No hay traperos, ni tangueros.
No hay vikingos, ni musulmanes, ni cristianos.
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Primo, ¿eras vos el que se sentaba
en el último pupitre de la fila junto a Mahmud?
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¿Y fuiste vos, Mark,
el que se escribió Fin
en la palma de la mano
izquierda?
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¿Quiénes fueron poetas, músicos o artistas?
¿Quiénes afilaban los cuchillos?
¿Quiénes imaginaban las ceremonias?
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En ese diálogo infinito
solo escucho el balbuceo
de mi imaginación.
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En él,
no me pertenece nada.
Todo estaba allí.
Desde siempre.
Mezclándose.
Cambiando.
Reinventándose permanentemente.
Indiferente a mis contingencias.
Y, sin embargo,
lo que tengo
nació conmigo
y morirá conmigo.
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Cada vez que intento hablar de ‘nosotros’
la palabra se vuelve tan extranjera
que dejo de entenderla.
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Decir esto ¿es tener algo que decir?
Decirlo de esta manera ¿es saber cómo hacerlo?
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Siento el vértigo que me empuja
hacia el precipicio de las vidas olvidadas.
Tengo miedo.
Pero ¿por qué?
¿No están allí todos los momentos como éste,
en el que nos hacemos las preguntas que importan?
Son los momentos
en los que aprendemos algo viejo
de la mano de alguien nuevo.
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Son, a fin de cuentas,
los momentos de ciega libertad
en los que con nada
creamos algo
para que después desaparezca
bajo la luz de lo cotidiano.
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Somos enanos.
Pero sostenemos
en los hombros
el peso de nuestros gigantes.
Vaciamos nuestros bolsillos
para que aparezcan las palabras.
Regalamos nuestra ropa.
Tiramos los nombres por las ventanas.
Tomamos impulso.
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Saltamos.
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*Nació, vive y trabaja en San Miguel de Tucumán. Es docente e investigador de la Escuela de Cine, Video y Tv de la UNT. Incursionó en el campo del videoarte y las instalaciones. Además de poesía, escribe sobre arte, cine y política.
**La obra que acompaña al poema es de Gaspar Núñez. Sin título, yeso cromado, 2017. (Crédito fotográfico: Florencia Sadir).